él no debería estar allí

Él no debería estar allí, pero allí se encontró. Rodeado de un silencio tranquilizador, apenas interrumpido únicamente por el trinar de algunos pájaros, que en aquella hora de la mañana, revoloteaban por los árboles. A los lejos, el murmullo de una larga hoja de palmera, que con rutinaria coreografía, deslizaba sobre la acera el barrendero del barrio.

Pero él, no debería estar allí, ¡no!, a pesar de que todo le resultó familiar: el trinar de los pájaros, el baile de la singular escoba, la luz del alba y el aire fresco, aparentemente sano que hay a esas horas de la mañana en la ciudad.

Pero sí, allí estaba, aunque él no debería estar allí, sentado en el banco de la parada de guagua, con su viejo maletín de piel, gastado y roñoso sobre sus rodillas agarrado con sus dos manos.

Su mirada perdida, no mostró apenas interés por los pocos parroquianos que se iban incorporando, en espera de la guagua que les llevaría a sus trabajos. Apenas un cumplido «buenos días», esos buenos días, que solo se dan a primera hora de la mañana entre desconocidos y que según pasan las horas y las calles se llenan de gente, se va perdiendo. «Buenos días» susurraba entre dientes y otra vez a esperar que pasen los minutos, en espera de la guagua.

Y aunque él no debería estar allí, había estado a la misma hora, con hastiada rutina diaria, interrumpida únicamente por fines de semana y fiestas de guardar, durante los últimos 30 años. Siempre esperando la guagua, siempre esperando un mañana en que no tenga necesidad de estar allí.

Un día más, allí estaba él, aunque ya no tenía que estar allí. Pero es que allí, sentado en ese banco es donde ha dejado todos sus pensamientos, sus inquietudes, sus sueños. El lugar donde disponía de apenas unos minutos para pensar y ordenar su cabeza antes de subir a la guagua: sus dos hijos, que hace años, ya volaron del nido y se mudaron a otras ciudades, su mujer, su amada esposa, compañera infatigable de toda una vida de sueños e ilusiones. La mujer con la que habían pasado tantas horas juntos haciendo planes, soñando con el futuro.

Él no debería estar allí, en ese banco es donde ha dejado todos sus pensamientos, sus inquietudes, sus sueños

Y aunque él ya no debería estar allí, allí estaba, y un día más vio como la guagua, apareció por la esquina de la calle, al tiempo que los pocos usuarios que le acompañaban a esa hora, se levantaban del banco y se iban situando en el lugar donde previsiblemente, el chofer se aproximaría a la puerta. Pero él permaneció sentado, sin apenas un gesto para levantarse y ocupar su lugar en la cola. Así, impasible, tal y como se había mostrado todo este tiempo, vio como todos subían a la guagua e iban ocupando sus asientos, ésta cerraba la puerta y continuaba calle arriba con destino a la siguiente parada.

Pero él no debería estar allí, no después de treinta años. Y sin embargo, allí estaba, sentado en ese banco, con su maletín vacío en la mano, como un símbolo de su vida, también vacío y sin sentido. Una vida llena de planes y sueños que nunca se cumplieron, y de la que su amada esposa ya no formaba parte. Ella había fallecido apenas unos meses antes de que él se jubilara, dejando atrás una vida juntos repleta de sueños e ilusiones para cuando él ya no estuviera allí.

Así, día tras día, él seguía allí, en ese banco de la parada de guagua, esperando un mañana que nunca llegó. Aunque a veces se preguntaba por qué seguía haciendo lo mismo, siempre respondía de la misma manera: porque había dejado allí todos sus pensamientos, inquietudes, sueños y amor por su esposa. Y aunque ella ya no estaba para compartirlos, él seguía allí, esperando un mañana que nunca llegaría, rodeado de un silencio tranquilizador, mientras la vida se le pasaba sin que pudiera hacer nada al respecto.

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