Un fotógrafo confinado por el Covid-19,
Maldito Coronavirus. Llegó tal y como llegan todas esas cosas que parecen que les pasa siempre a otros. Así, tras meses escuchando nombres extraños como Wuhan o Covid-19, el 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS), declara pandemia mundial a causa del COVID-19. Pero todavía esto nos sonaba como un “cuento chino”.
El Presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, andncia el día 13 de amrzo, que estudian la posible declaración del Estado de Alarma, lo que se produce dos días después, el 15 de marzo.
Era domingo y nos pilló a todos aun con el pie cambiado, a pesar de que los medios de comunicación alertaban una y otra vez, que no podremos salir de casa salvo para acudir a nuestro trabajo, comprar alimentos, asistencia sanitaria, entidades financieras y causa de fuerza mayor.
Ese domingo ya el aíre parecía más pesado que de costumbre. A pesar de que no tenía previamente ningún plan para ese día, la obligación, por ley, por seguridad, por miedo, por dudas y tantos por…., que ese día sentí cierta claustrofobia.
nos pilló a todos aun con el pie cambiado
Al día siguiente, continué con mi rutina laboral, pero que en realidad, no era tal rutina, autopistas y calle casi vacías, ciudades casi fantasmas. Un sobrecogedor relato visual de que aquello que escuchábamos de Wuhan y del Covid-19, ahora, ya lo tenemos en casa.
El 28 de marzo, el Gobierno de España, endurece la situación del Estado de Alarma y prohíbe toda actividad no esencial…. ¡bofetada en la cara donde las haya!, la policía realiza controles y sancionando a todos aquellos que tratan de saltarse esta nueva situación. El ejercito patrulla las calles y a todos los ciudadanos de cierta edad, nos devuelve a otros momentos de nuestra reciente historia de miedos e incertidumbres, que escuchábamos narrar a quienes en aquellos años, eran algo mayores que nosotros. La mayoría tratamos de empatizar con la situación y entender que no tiene nada que ver, sin embargo, los recuerdos y las analogías resultan inevitables.
Fueron pasando las horas, los días y las semanas, con una extraña rutina doméstica: levantarse, desayunar, recoger la casa, que en mi caso, me llevaba poco menos de 1 hora, organizar la comida, la siesta, hacer ejercicio, leer y por supuesto a las 19:00, como un reloj, salir al balcón y aplaudir a todo el personal sanitario que dejó y se está dejando la piel durante esta pandemia. Allí, juntos a vecinos que nuca habíamos descubierto en nuestro entorno, aplaudíamos y nos mirábamos, al principio un pequeño gesto al cruzar nuestras miradas y con el paso de los días, algunas conversaciones de ánimo los uno a los otros. Me pregunto ¿dónde quedó todo aquello ahora?
Me pregunto ¿dónde quedó todo aquello ahora?
Los viernes era el día elegido para practicar deportes de riesgo, así que me preparaba para ir al supermercado: guantes, mascarillas y gel hidroalcohólico, control de acceso y colas previa a la entrada. Todos con miedo en la piel al recorrer los pasillos, procurando no entorpecer a nadie ni rebasar la distancia mínima de seguridad de 1,5 metro. Pagar y al llegar a casa, limpiar toda la compra con una solución de agua y lejía, según recomendaban las autoridades sanitarias, quitarse la ropa y en mi caso, ducharme por completo para no permitir que ningún resto de bicho pasara la noche conmigo.
Así pasaban los días, entre el aburrimiento y el temor, entre la aceptación de la situación y las increíbles ganas de salir de casa que entran, solo, cuando no puedes hacerlo. Fuimos entrando en las fases, primero nos lanzamos a correr por la mañana y/o por la tarde, como si no hubiera un mañana y poco a poco, a medida que pasaban las fases y los encuentros con familiares y amigos se producían regularmente, nuestra ansias de salir de casa fue normalizándose.
Sin darnos cuenta a estas alturas, ya primeros días de julio, apenas la presencia de mascarillas y los numerosos carteles que podemos encontrar en cafeterías y tiendas, nos recuerda la gravedad de una pandemia. Por lo pronto, solo está dando su primera vuelta al mundo y que resulta muy complicado concebir un futuro sin la respuesta de una vacuna tal como ya ocurrió con el sarampión o la polio.
Esta serie de imágenes pretenden servir de recordatorio de aquellos increíbles momentos del año 2020 con el Covid-19. Cada uno lo pasó en sus casas, con familia, con pareja o en soledad. Todos nos dedicamos tiempo y reactivamos nuestras aficiones.
Así surge esta serie, casi sin querer, consciente del momento vital que estábamos viviendo. Impotente de no poder salir a la calle a documentarla, por lo que solo me quedaba hacerlo desde casa. Nace «Un fotógrafo confinado por el Covid-19″.
Como autor de las mismas, me servirán para recordar lo vivido y saber que durante dos meses, no pudimos salir de nuestras casas. No ya, porque así lo determinara las autoridades sanitarias y el Gobierno de España, también por seguridad, la mía, la tuya.
Reconocer ante mí y ante ustedes que por muy seguro que nos haga sentir nuestra realidad social., somos frágiles y que de un segundo al otro, algo te cambia la vida. Vivamos más, riamos más, sobre todo, siente, al menos un minuto cada día, que vives.
Editado: Un fotógrafo confinado por el Covid-19 se escribió sin publicar a principios de julio de 2020. Ha pasado desde entonces 1 mes y medio, los contagios se han vuelto a incrementar y la posibilidad de nuevos confinamiento e infecciones son grandes.
Los «negacionistas» también se multiplican a doquier y la sociedad se muestra confusa ante tanta información que se contradice entre ella.
Esto no ha acabado, suma y sigue…..
Santa Cruz de Tenerife, un día cualquier de julio de 2020