magen del Orgullo 2025 en Madrid mostrando la diversidad, la lucha y el orgullo del colectivo LGTBIQ+.

Caminar cámara en mano por el centro de la ciudad fue un acto de compromiso. No con la espectacularidad de la imagen, sino con las personas que desfilaban ante mi objetivo: orgullosas, libres, diversas. Este año se cumplen 20 años del matrimonio igualitario en España. Ayer, en las calles, confirmé que aún queda mucho por contar. Y muchas razones por las que seguir saliendo a la calle.

La manifestación de este Orgullo 2025 no fue solo una celebración. Fue, sobre todo, una llamada a la resistencia.

Bajo el lema “20 años avanzando en derechos: Ni un paso atrás”, miles de personas se movilizaron. Entre ellas había familias, parejas, colectivos, cuerpos no normativos, jóvenes y mayores.

Todas exigían lo mismo: poder vivir sin miedo, amar sin condiciones y decidir libremente sobre su cuerpo y su identidad.

Un año cargado de tensión política

Las banderas multicolores ondeaban alto, pero el ambiente tenía una carga política evidente. Las miradas no eran solo de alegría, sino también de firmeza.

Algunos partidos niegan derechos ya conquistados. Otros normalizan discursos de odio. En ese contexto, la manifestación se convirtió en un muro colectivo contra el retroceso.

Escuché gritos que exigían la aplicación efectiva de la Ley Trans y LGTBI+, la creación de la Autoridad Independiente contra la Discriminación, y la inclusión de una educación afectivo-sexual en las escuelas. Vi pancartas que pedían protección para personas trans migrantes, el fin de las terapias de conversión, y el reconocimiento legal de la filiación en parejas de mujeres.

Desde detrás del visor, esas demandas no eran abstractas. Eran rostros. Eran historias. Eran cuerpos visibles y vulnerables que reclamaban dignidad.

Agradecer a quienes caminaron antes

Entre las imágenes más potentes que capté ayer, hubo una que me conmovió especialmente: la presencia de hombres y mujeres mayores, miembros del colectivo LGTBIQ+, que han vivido gran parte de su vida en silencio. Personas que no contaron con el respaldo social que hoy celebramos ni con un marco legal que protegiera su libertad para amar y vivir su sexualidad sin miedo.

Verles ayer, caminando entre banderas, abrazos y orgullo, fue un recordatorio de que lo conquistado es fruto de su resistencia callada, su coraje cotidiano, su dignidad sin aplausos. A todas esas personas mayores, no podemos más que aplaudirlas y darles las gracias.

Y junto a ellas, también pienso en quienes lucharon desde el activismo y la política, como Pedro Zerolo, Carla Antonelli y Boti García Rodrigo, cuya voz abrió puertas que parecían cerradas para siempre. Gracias a su empeño y al de tantos otros, el matrimonio igualitario se convirtió en ley en 2005.
Su legado sigue vivo en cada pareja que hoy puede besarse sin esconderse, en cada adolescente que vive su identidad con menos miedo que antes, en cada fotografía como la que ayer tomé.

Este presente, por imperfecto que sea, no cayó del cielo. Fue construido por quienes caminaron antes que nosotros, cuando hacerlo era un acto de valentía. A ellos y ellas, este Orgullo también les pertenece.

Lo que hoy parece seguro, puede desaparecer mañana

Hay una idea que me persigue desde hace tiempo: los derechos no son inmutables. Lo que hoy celebramos con naturalidad puede desaparecer con la misma velocidad con la que el miedo se convierte en ley.
La historia ya lo ha demostrado.

En la Alemania nazi, en 1935, el régimen de Hitler reformó el artículo 175 del Código Penal para endurecer la persecución de hombres homosexuales, llevando a más de 100.000 ciudadanos a ser arrestados y a miles de ellos a campos de concentración. En la Italia de Mussolini, el fascismo impuso un modelo único de masculinidad, reprimiendo con brutalidad cualquier disidencia sexual, aunque sin legislación específica, recurriendo a la violencia policial, el confinamiento y el exilio.

Y en España, la II República había empezado a caminar hacia la igualdad —con el sufragio femenino, el divorcio, leyes laborales más justas— pero todo se truncó con el golpe de Estado de 1936. La dictadura franquista no solo militarizó el país, sino que convirtió la diversidad sexual en delito, con leyes como la de Vagos y Maleantes (reformada en 1954 para incluir a los homosexuales) y la posterior Ley de Peligrosidad Social (1970), que permitía el internamiento en cárceles y manicomios.

Hoy, algunas de esas amenazas regresan disfrazadas de discursos de libertad que en realidad pretenden imponer un único modelo de vida, familia y cuerpo. La extrema derecha avanza en Europa, en América Latina y en España. Su fuerza no es solo electoral: es cultural, mediática, institucional.

Por eso no basta con aplaudir el Orgullo desde las aceras. Es urgente que tomemos conciencia.

No debemos dar por hecho lo conquistado. Entender que los derechos cuelgan de un hilo que puede romperse si no lo defendemos con firmeza, en las urnas, en las aulas, en los medios, en las calles.

Desde la fotografía, un compromiso personal

Cubrir esta marcha no es para mí un trabajo neutral. Nunca lo ha sido. No podría pretender que mi cámara observa sin posicionarse. Me alineo con el colectivo LGTBIQ+ porque ningún modelo social debería decidir a quién se ama ni cómo se vive la propia sexualidad. La fotografía, como el activismo, tiene el deber de no callar.

Ni un paso atrás

Lo que vi ayer no fue solo una fiesta. Fue una reafirmación. Fue memoria y futuro al mismo tiempo. Fue un grito colectivo que, aunque ya haya logrado muchas conquistas, sigue teniendo eco porque aún hay quienes quieren arrebatarlas.

Y ahí estaré yo, cámara en mano, reflejando la dignidad de quienes no piden permiso para ser. Porque la libertad, como la luz, no se suplica. Se vive. Se defiende.

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