Explorar la fotografía es también aceptar que entre lo que se quiere decir y lo que se interpreta hay un territorio inestable y fascinante.
Hoy vi una de esas preguntas, que te hacen detener el scroll:
¿Qué importa más en fotografía?, la intención o la composición

@Fyto.Gallery en Instagram
Confieso que me hizo pensar. No tanto por la pregunta en sí, sino por la trampa que encierra: creer que podemos controlar la imagen. Después de todo, solo se trata de tomar decisiones —componer, exponer, encuadrar— y disparar. Pero incluso con todo ese control técnico o estético, el significado final de la imagen se nos escapa: no depende solo de lo que hicimos, sino de cómo será leída por otros.
Y eso es lo verdaderamente fotográfico: una imagen que vive más allá de nuestra intención.
La intención: ese susurro que nadie escucha
La intención es una especie de superstición del autor. Un deseo íntimo que se proyecta sobre el mundo. Disparamos la cámara creyendo que lo que sentimos se convertirá en lo que otros verán.
Pero como señaló Sean P. Durham:
“La intención en fotografía es como en la vida: o sabes lo que quieres, o no.
Y a veces, incluso sabiéndolo, nadie más lo sabrá.”
La intención es el impulso. El gesto de mirar, de decidir. Pero una vez convertida en imagen, ¿qué queda de todo eso? ¿Dónde va a parar esa emoción, ese relato, ese símbolo? Puede que se pierda. O puede que se transforme en otra cosa, ajena.
La composición: la mentira que todos aceptamos
La composición es lo que permanece. Es el único lenguaje común entre fotógrafo y espectador. Líneas, luces, ritmo, pausas. Una manera de ordenar el mundo para intentar decir algo.
John Berger lo decía con claridad al hablar de Paul Strand:
“Su cámara no vaga. Toda elección es una declaración.”
Pero incluso la mejor declaración puede ser malinterpretada. Porque el lector —el espectador— siempre llega con sus propias metáforas, su contexto, su carga emocional.
La fotografía no dice: sugiere.
Y lo que sugiere, rara vez coincide con lo que pretendías decir.
La imagen ya no te pertenece
Una vez que has hecho clic, la imagen deja de ser tuya. Deja de hablar en tu idioma. Entra en el idioma de quien la mira. Puede que vean en ella belleza, violencia, nostalgia o deseo. Lo que tú veías ya no importa.
Susan Sontag lo advirtió con lucidez:
“Fotografiar es conferir importancia.”
“Toda fotografía es una forma de mirar, y la forma de mirar está determinada por el fotógrafo.”
Pero también por quien observa. Porque el significado no está en la imagen, sino en el cruce de miradas. En esa deriva inevitable del sentido.
¿Y si ambas importan por igual?
Tino Soriano, con una mirada más humana y emocional, defiende que lo esencial es que lo que uno fotografía se sienta. Que la intención, el alma, impregne la imagen. Pero también que esa intención llegue, se lea, se comprenda. Y para eso, hace falta técnica, empatía y narrativa.
Gervasio Sánchez añadiría algo más incómodo pero necesario: responsabilidad. No basta con sentir. No basta con tener intención. La imagen tiene consecuencias. A veces denuncia, a veces silencia. A veces dignifica, y otras, humilla.
“Yo no hago fotos para decorar salones, sino para denunciar injusticias.”
No tengo respuestas definitivas. Tampoco las busco. La fotografía, como la vida, se mueve entre la intención y la casualidad, entre lo que quisimos decir y lo que otros terminaron entendiendo. A veces acierta. A veces se desborda. Y a veces —solo a veces— alguien mira una imagen y encuentra en ella algo que ni el propio autor había visto.
Quizá ahí resida su poder: en que siempre es más de lo que creemos.
Y menos de lo que controlamos.
¿Somos nosotros quienes leemos la imagen, o es ella quien nos interpreta?
Fuentes consultadas
- Sean P. Durham – “Why One Photo taken with Intention is Better than a Hundred Snapshots”:
- John Berger, sobre Paul Strand
- Susan Sontag – Sobre la fotografía (1977).
- Tino Soriano – Los secretos de la fotografía de viajes (Anaya, 2010).
- Gervasio Sánchez – Entrevistas y declaraciones:
1 comentario