Retratos callejeros en blanco y negro tomados en Malasaña, Madrid.

Introducción

Este artículo explora el proceso de crear retratos callejeros desde el contacto previo con desconocidos…

En retratos callejeros hablamos con frecuencia del «instante robado». Esa escena fugaz que atrapamos sin ser vistos, como si fuéramos testigos invisibles de lo cotidiano. Pero ¿qué sucede cuando no robamos el instante, sino que lo pedimos? Cuando la fotografía no se convierte en un acto de captura sino de encuentro. Durante el curso Las Fotos No Importan, recibimos una propuesta sencilla y a la vez desafiante: fotografiar a personas desconocidas tras haber hablado previamente con ellas. Esta es la crónica de lo que sucedió.

Robar instantes. O mejor dicho: pedirlos prestados.
Fotografiar personas en la calle es, muchas veces, una forma de conversar sin palabras. Pero esta vez el ejercicio era otro: en #LasFotosNOImportan nos propusieron lo contrario: hablar primero, romper la distancia, pedir permiso, y solo después, fotografiar.

Este es el resultado: una serie de miradas y silencios compartidos. Unos minutos bastaron para que un puñado de desconocidos me hablara de ellos, sin necesidad de decir mucho.

Y es en ese gesto tan simple —acercarte, mirar con calma, decir «¿te puedo hacer una foto?»— donde descubrí algo que me reconcilia con el mundo. Lo que empezó como un reto humano —donde el temor al rechazo asomaba tras cada intento— acabó siendo una pequeña lección de humanidad. Porque todos, en mayor o menor medida, queremos ser vistos. Y cuando esa mirada es limpia, sin intención de aprovecharse de nadie, muchas veces el otro responde con una generosidad que emociona.

En un tiempo en que la prisa, el recelo o la costumbre nos separan, estos desconocidos me enseñaron algo: que aún hay espacio para la confianza espontánea, para la empatía sin más interés que compartir el momento. No hubo miedo. No hubo juicio. Solo un pequeño acto de fe entre dos personas que no se conocían. Y eso, sinceramente, me parece un milagro cotidiano.

Romper la barrera
Al principio cuesta. Acercarse, interrumpir, explicarse. Parece que uno va a molestar, que va a ser rechazado, que va a recibir una negativa seca o una mirada de desconfianza. Y a veces ocurre. En nuestro caso, los dos primeros intentos fueron fallidos. Una pareja que caminaba por la plaza y otra que estaba sentada en un banco nos rechazaron con educación. Posiblemente porque nosotros mismos todavía no habíamos calentado motores, ni encontrado la forma adecuada de explicar qué estábamos haciendo. Nos faltaba soltura, y eso se nota. Pero tras esos tropiezos, algo se desbloqueó. La cámara dejó de ser una barrera y se convirtió en puente. Lo que vino después fue otra historia.

Una cuestión de mirada 

Opté por el blanco y negro. Fue una elección casi intuitiva, pero con una intención clara: despojar la escena de artificios. El color puede distraer. A veces incluso embellece demasiado. El blanco y negro me obligaba a mirar con más atención, a centrarme en las personas, en su gesto, en su energía. A mostrar algo más esencial. Más real. No buscaba estética. Buscaba honestidad. (Ver artículo sobre fotografíar en Blanco y Negro)

Una serie de encuentros
Aquel día recorrimos el barrio de Malasaña, en Madrid. Y nos cruzamos con historias, rostros y energías distintas. Cada retrato fue, en el fondo, una pequeña historia compartida.


Plaza del Dos de Mayo
Nos encontramos con un grupo alegre que tomaba cervezas en la plaza. Ella, argentina, tenía una mirada serena y profunda. Uno de los chicos era de Gran Canaria. Todos fueron cercanos, espontáneos y se prestaron sin reservas a ser retratados. La fotografía se volvió parte de su tarde.

Verano compartido
Dos amigas, una de Madrid y otra de Boston, se conocieron en la universidad y decidieron pasar juntas el verano en España. Estaban sentadas en un banco, relajadas. Aceptaron con naturalidad, dejando ver esa confianza que nace de una amistad forjada lejos de casa.

Vecino tatuado de Malasaña
Nos cruzamos con él una tarde calurosa. Estaba con amigos, tranquilo. Su cuerpo tatuado y su mirada directa atrajeron nuestra atención. Accedió a posar como quien no tiene nada que esconder. Fue un retrato directo, honesto.

Retrato frontal de un joven con tatuajes en el barrio de Malasaña. Fotografía urbana en blanco y negro.

Una pareja que bailaba por la calle
Ella, sevillana; él, cubano. Bajaban por la Calle del Espíritu Santo bailando y riendo, completamente sumergidos en su mundo. Tuvimos que correr para alcanzarlos. Se giraron, sonrieron y nos regalaron una imagen llena de vida y complicidad. Nos contagiaron su alegría.

Pareja bailando en la calle Espíritu Santo, Madrid. Retrato espontáneo en blanco y negro.

Sombras y calma
Un vecino paseaba a su perro cuando nos vio. Se detuvo y aceptó nuestra propuesta. La luz de esa esquina, la sombra proyectada en la pared y la serenidad de su gesto compusieron una imagen casi cinematográfica. Todo encajó en silencio.

Músicos de paso
Nos llamó la atención la presencia del primer chico. Se detuvieron a conversar. Nos contaron que eran baterías de jazz y blues, que iban a un garito de la zona a escuchar música. Ella, su manager. Accedieron a posar, se mostraron con soltura. La conversación fluyó con la misma honestidad que la imagen.


Cuando el retrato es una forma de decir “te veo”
Ninguna de estas personas nos conocía. Ninguna tenía obligación de detenerse. Y, sin embargo, lo hicieron. La fotografía, usada con respeto, puede ser una forma de detener el tiempo y abrir una puerta. Una manera de derribar esa barrera que separa a los desconocidos. En esos minutos, todos fuimos menos extraños. Nos ofrecieron sus rostros. Nosotros, una mirada sincera.

Al volver a casa, mientras descargaba las fotos, me di cuenta de algo que no me había pasado otras veces. Miraba las imágenes y no veía desconocidos. Ya no. Ahora había historias detrás. Voces. Unos minutos de vida compartida. No eran solo retratos: eran recuerdos. Quizás por eso, esta vez, no guardé solo fotografías. Guardé fragmentos de confianza.

Crédito
Serie realizada en el marco del ejercicio documental del curso #LasFotosNOImportan, Madrid, julio 2025.

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