La poesía no cambia el mundo, pero lo nombra. El mismo disparo nació de la rabia y la impotencia, al ver cómo la fe sigue justificando guerras. No es solo un grito sobre Palestina u Occidente; es sobre nosotros, sobre la historia que repetimos sin aprender. Cada símbolo, cada rezo, cada bala parece llevar la misma firma invisible.
Cuánto bien…
y más aún…
cuánto mal…
se ha firmado en tu nombre.
Siglos de miedo…
cadenas bendecidas…
promesas que sangran…
al precio del silencio.
En Palestina…
la fe arde.
En Occidente…
se arrodilla el poder…
bendiciendo pólvora…
santificando fronteras…
rezando victoria…
sobre ciudades en silencio…
y sangre sin nombre.
La fe…
esa bala envuelta en incienso…
cruces… lunas… estrellas…
marcas registradas del dogma…
el mismo altar…
donde la paz se cotiza…
al precio de la guerra.
Y el hombre…
hambriento de eternidad…
sigue arrodillado…
rezando paz…
disparando guerra…
sin saber que ambos rezos…
son…
el mismo disparo.
Otros poemas del autor: Aquel muchacho del 82
Religión y violencia en el siglo XXI – Amnistía Internacional