Un barrio en capas
Un domingo por la mañana en Chueca la ciudad se muestra desnuda. El ruido de la noche ha cedido. En las aceras quedan las huellas de lo que fue fiesta, tránsito y consumo. Las terrazas empiezan a despertar. Un trabajador barre la entrada de un bar. Una maleta rueda hacia un portal convertido en alojamiento turístico. Caminar por estas calles es leer varias capas superpuestas: el barrio de siempre, con sus vecinos mayores y librerías que resisten. el Chueca de los ochenta y noventa, símbolo de libertad y diversidad LGTBI; y la versión actual, transformada en escenario para el turismo.

De la degradación a la recuperación
Lo cierto es que Chueca no fue siempre así. En los años setenta y ochenta era un barrio degradado, con problemas de inseguridad y abandono. Fue la propia comunidad LGTBI la que comenzó a recuperarlo, abriendo bares, librerías y espacios que atrajeron vida nueva a sus calles. Esa revitalización, nacida desde abajo, fue después recogida en los planes urbanísticos de los noventa. Durante el mandato de José María Álvarez del Manzano (PP), el Ayuntamiento de Madrid impulsó la rehabilitación del centro histórico bajo la promesa de devolver dignidad y habitabilidad a barrios en declive. La intención era regenerar sin borrar, rescatar la memoria urbana.

La transformación en producto
Pero el resultado fue otro. La rehabilitación se convirtió en especulación, y lo que debía ser una recuperación acabó derivando en una transformación profunda del barrio. Los pisos rehabilitados no volvieron a los vecinos, sino que nutrieron la oferta de alquiler turístico. Los comercios tradicionales fueron cerrando ante la presión de los precios y la aparición de negocios orientados al ocio rápido. La vitalidad del barrio, la diversidad que lo había hecho único, se convirtió en marca. Chueca pasó de ser comunidad a convertirse en producto.

Voces críticas ante el cambio
Las críticas no han tardado en llegar. Asociaciones de vecinos denuncian la saturación de viviendas turísticas y el vaciamiento progresivo del barrio.
También los colectivos LGTBI advierten que la diversidad, que fue motor de la transformación, se ha convertido en reclamo comercial, con un Orgullo cada vez más patrocinado que reivindicativo.
Incluso algunos pioneros que en los años ochenta y noventa apostaron por abrir locales en Chueca reconocen hoy que aquello que levantaron desde la resistencia se ha transformado en un escaparate.
Tampoco los turistas más conscientes son ciegos a esta deriva: muchos llegan atraídos por la fama del barrio y se sorprenden al encontrar una versión demasiado estandarizada, con bares y comercios que podrían estar en cualquier otro lugar.
Algunos operadores turísticos alternativos lo señalan ya como un ejemplo de cómo la gentrificación convierte la historia en decorado y la memoria en marketing.

¿Qué ha fallado?
¿Qué ha fallado? La ciudad confundió rescatar con desplazar. La planificación urbana se subordinó a la lógica de la rentabilidad. Se celebró la apertura de calles limpias y seguras, pero no se protegió a quienes habían hecho posible esa transformación. El resultado es un barrio que, como tantos otros en capitales europeas, se dirige hacia la homogeneización: apartamentos turísticos, franquicias, locales idénticos a los de cualquier otro lugar. Lo singular corre el riesgo de diluirse hasta desaparecer, convertido en postal a cincuenta céntimos de euro.

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